Al fin, todos perros…

Es domingo, temprano. Está sin tabaco. Se da un lavado de gato para quitarse las legañas de las pestañas que hace ya mucho tiempo eran abanicos y hoy, pobre de él, pobre de él, aparecen hueras. Baja al Aroma. Desayuna. Compra el País, y droga. Sale. Jon le saluda. Jon es un chico de Ghana, o por ahí, que se sienta todos y cada uno de los días enfrente de la puerta de la cafetería, la espalda apoyada en una farola. Se acerca a él y saca unos monedas de poca monta, pero para Jon, mucha. Iba a decir que está dispuesto a perder con el unos minutos de charla insustancial, pero no, será mejor decir que ganará unos minutos a la vida y al conocimiento. Un coche aparca junto a ellos, se baja un matrimonio, le dejan a le metèque una bolsita con vete tu a saber qué-alimentos, presume-, casi de inmediato una señora le deja unas moneditas en el vaso de cartón, su cuenta corriente. El matrimonio, la señora y el mismo, una cuatrena, entrados en años, o más bien salidos de años. Se enciende un cigarrillo. Se pone el País, el periódico, pues el otro hace timepo que le tiene desbordado, debajo del brazo y camina hacia su hogar… home, sweet home. Es peripatético, con unos pies que dan pena. Piensa en el miedo, el miedo a lo conocido y a lo desconocido, sobre todo a esto último. Las relaciones humanas sirven sobre todo para eso, para conocer al otroy a uno mismo, si no se hace trampas. A veces nos fijamos, casi simepre y a primera vista en el físico, nos gusta o no; de ahí hasta el cielo, de un aquí te cojo, aquí te mato, o un hasta luego Lucas; de normal en el primer caso acaba siendo también un hasta luego Matías, Marivi, Manfred o Marichu sube al monte y verás/ a la cruz del Gorbea brillar. Conviene escarbar con todos y con los distintos de color, cultura y así, más, todo lo que se quiera. Se les suele pedir que se integren, que olviden sus países y tradiciones y que adopten, de manera radical, las del país de acogida. Cuando Matías, él, se para con alguno de ellos y se interesa de por el donde son, como se llaman, y si conoce alguna palabreja de su lengua, se la dice, se les iluminan los ojos de agradecimiento y es que si de verdad creemos lo que los términos dicen, país de acogida es el que acoge, y no hay mejor manera que intentar entender al otro. Como dice, para dos copas, tres o veintitrés, y para aliviar la zona del recreo, vale cualquiera, y hasta luego Martintxo, para acoger y ser acogido, solo unos pocos. En Argentina a los españoles, por extensión se les llama gallegos. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, digo yo. Ya está casi a las puertas de recogida, o toriles por manso y voluntad propia. A su espalda oye “ Shalom Alejem” No le hace falta volverse, sabe quién es , así que en un guiño que se traen entre ambos, contesta “ Salam Aleikum”. Es un exilado sirio, de Alepo, vamos una especie de gallego, no sé si me explico, que abrió, no hace mucho, un horno artesano de dulces, de frutos secos, leche y miel, como los ríos que manan en el paraíso, en su paraíso y, al que suele comprar de vez en cuando media docenita. Recuerda que en nada, pasado mañana, acaba Ramadán, así que añade “Eir Mubarak” el modo en que se felicitan los árabes por estas fechas. Se dan la mano, el alepí, alpense o como se diga, se la besa, en señal de respeto. Si, no hay nada, como conocer al otro. Se pierden los miedos. Es una manera de integración el uno con los otros, más fácil, menos toxica y más constructiva. “Ma´as-salhama” “Leitraot” “Adiós” “Agur” hasta luego, amigo, hermano. Sube a casa se mira de nuevo al espejo, por coquetería, y vaya por Dios, le ha dado la impresión de sus pestañas verdean, eso sí no hace más que meterse en charcos.

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1 Response to Al fin, todos perros…

  1. Alberto Campo Urtasun says:

    Bonita lectura desintoxicante! Muy necesaria en nuestra sociedad de mirar hacia otro lado.

    Gracias Enrich!

    Alberto

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