No hay más que obervar

La  última vez que vio a Francesco y Nines fue justo a la mañana siguiente de que les pusieran de patitas en la calle, en realidad vivían en la puta calle. Se explica, habían hecho su hogar nocturno en los porches de un edificio cercano al suyo, donde desplegaban un colchón fino de espuma comido en sus bordes por las ratas, desde el oscuro hasta las primeras luces del día, y al parecer su presencia molestaba a la comunidad de vecinos. Les había cogido cariño, así que en bajaba con un termo de café, un eufemismo, porque en realidad era carajillo del duro, alguna noches de invierno frías y fules. Se sentaba y con ellos compartía dos tragos, y algunos cigarrillos. Siempre se le olvidaba la cajetilla en el sofá que en nada se convertiría de nuevo en catre.  Retomemos, se los encontró a las puertas del hotel donde no pocos días desayuna. Le contaron. Les dijo que dejarán los aperos bien a la vista y aparcados que él les invitaba a desayunar. Al entrar en la cafetería no les miraron bien, digamos, pero por el hecho de ser cliente asiduo, no negaron la entrada a la tresena. Café con leche para él, y dos cervezas para ellos; para los tres, tostada con jamón y tomate. Francesco es un muy buen lector, aunque esté dejado de la mano de Dios no es incompatible, se sabe un ciento de poemas al dedillo y los escribe. Departieron un buen rato sentados en una mesa junto a la cristalera. Se pidieron dos chupitos. Nines es casi abstemia, casi, digo. Francesco en un momento sacó un libro, arrugado y sucio, de su bolsillo. “On the road” de Jack Kerouak, del que asomaba un separador entre sus páginas. Abrió el libro por el mismo lugar  y leyó:

No hay ningún lugar adonde ir excepto a todas partes, así que sigue rodando bajo las estrellas.

Ostía que bárbaro. Pidió el poeta otro chupito, pidiéndole permiso antes. Concedido. Tomo de nuevo entre sus dedos sucios el separador y entonces lo vio. Era “Clotilde con mantilla negra”, un retrato magnifico de Sorolla. Le pidió que se lo dejara ver.

-¿Sabes de quién es?- le preguntó.

-Si claro, cómo no. Parece una contradicción, pero Sorolla que en muchos de sus cuadros te daña la vista y difumina las figuras a pura luminosidad y sin embargo en este cuadro hay luz, los contornos están perfectamente delimitados…Lo mismo quería demostrar que no todo era impresionismo o así y que también podía hacer otra cosa.

Por su parte mutis por el foro, o por el forro.

-Si te fijas bien, Acercas y alejas tu mirada y cada vez descubres detalles nuevos, simples, muy simples; esos tres puntitos blancos que denotan que el brazo del sillón donde se apoya el codo, esta labrado en estrías…o que la falda nos sugiere que es de terciopelo, o seda….el satén se me hace muy atrevido. Creo que las cosas, las personas, la vida tienen muchos matices y cuanto más te fijas, observas, más precisas las ves, pasa igual con la luz de otoño. Hay tontos, prosiguió -después de que se pidieran, esta vez, dos tragos más- a los que se les señala con el dedo algo hermoso, una luna rosada por ejemplo, que se quedan mirando el dedo.

Se quedó mudo, nada que decir.

Mientras se despedían, ya fuera del local, la Nines saco de sus enseres un pequeño estuche con un spray para los cristales  de las gafas y una balletita. Se lo regaló con cariño. Ya vacio, todavía lo conserva a la vista como recuerdo De vuelta a casa pensó que los dedos tienen nudillos, aun sucios, y es seguro que Francesco y Nines los usarán para llamar a la puerta del cielo, por si les abren, que les abrirán. el resto lo tienen difícil. Lo que pide Dylan en su “Knoking on Heaven´s door”. Hay veces que se pone todo oscuro, como Cecilia con mantilla negra, pero si se fija uno bien, tiene muchos puntos de luz, y esta no otra cosa es que la esperanza. No les ha vuelto a ver, pero recuerda a Francesco y Nines, a través del estuche que aquel día le regalaron. Las relaciones, la vida, las cosas, las situaciones se basan en pequeñios detalles. Si no gustan es mejor irse, desistir, abandonar. Lo del dedo y la luna, no se quede nunca con el que mira el dedo, no merece la pena. Porque nunca cede ni concede, solo se ve a sí mismo, como un borrico con anteojeras. Consejos se dan y para uno mismo no tienen.

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Notas sonámbulas, apostillas, tientos.. Desvelos. Recuerdos. Un cajón de sastre
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