Betutxu, betizu

Hace no mucho, escasos días, su madre cumplió cien años. Cien años , cien de la afamada ganadería vacuna pirenaica; esas vacas rojas, de no muy gran tamaño y poca ubre, pero bravas, bravas. Hace no mucho leyó un texto del Matías Crespo, un amigo que lleva dentro, casi él mismo, como si estuviera hilvanado en el forro de su alma. Quiere creer que hablaba, el Matías, de la infancia perdida y añorada, no sé qué de amamantamientos, cordones umbilicales, estos entre renglones. Le trajo a la memoria a una rosa, la rosa de sus vientos, la que desde hace años le señala el norte; de ella aprendió que para quedarse huérfano nunca es tarde muy a pesar de que ya estés cuesta abajo. También se le representó la imagen de los ojos del Guadiana, que cuando se ven sus resurrecciones alegran el cuore; algo así como las emociones que cuando crees que se fueron para siempre, de pronto aparecen y dan un nuevo impulso y palpito en las sienes. No sé, le tendrá que decir al Matías que escriba algo sobre esto, pues sabe que pondrá buena letra a esta partitura callada. Incluso se atreverá a sugerirle leer un poema, canción, de Mercedes Sosa:

Bájame la lámpara un poco más/
déjame que duerma nodriza en paz/
y si llama él no le digas que estoy/
dile que Alfonsina no vuelve/
Y si llama /
di que me he ido.

El mar está como siempre, como  él está, a veces manso, a veces embravecido como las betuxu, pero siempre necesitado de cariño. Le vendría bien darse un paseo por la blanca arena que lleva al mar…Igual encuentra consuelo doy, para mí no tengo. Igual, que no es seguro.

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Notas sonámbulas, apostillas, tientos.. Desvelos. Recuerdos. Un cajón de sastre
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